Guillermo Moreno, un flâneur al
volante
Juan Carlos Román
Al contemplar las pinturas de Guillermo Moreno, el espectador
tiene la sensación de que está de viaje, que se mueve, que aquello que
contempla es producto de una cierta transitoriedad. Son imágenes construidas que
albergan espacios por donde viajamos; carreteras, grandes superficies,
aparcamientos y vehículos, pero más que territorios con los que podemos conectar
e interiorizar, son, lo que Marc Augé denominó como no-lugares. Los no-lugares
son, para Augé, zonas no antropológicas que se desechan ya que al transitar
velozmente por ellas no quedan en el recuerdo. Una amnesia, que si bien parece
próxima a los versos de Antonio Machado (caminante, no hay camino….), contrasta
cuando confiere al camino ese tiempo como espacio poético. Los no-lugares de
Guillermo Moreno producen una cierta angustia que parece situarse en el
imaginario de la pintura flamenca contemporánea. Como viajeros, también de un
tiempo, su pintura se detiene en la
recreación de espacios cargados de soledad (Dirk Skreber), en arquitecturas
sobreactuadas (Martin Kobe) y en una cierta opresión metafísica por el
desconocimiento que tenemos de aquello que podemos encontrarnos a la vuelta de
la esquina (Matthias Weischer). Su pincelada es nerviosa, como con prisa, no llegando
a terminar ni tapar los planos, ya que tal vez desea “salir, saltar” de un
cuadro a otro. Ese pintar de mancha fugaz, de barrido (Adrian Ghenie) se
complementa con una temática transicional, aquella que no le permite “apagar”
el motor nunca.
Guillermo es un pintor en movimiento, un artista fugaz, que
responde a una inquietud desbordante. La luz, la composición y el color le
sitúan en “centroeuropa”, en una suerte de caminos aún por andar.
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